Por Germán Valenzuela Sánchez.
Te
respeto por estar en la otra orilla de la vida,
por esperar el momento como lo hace la serpiente,
y
siempre mostrar tus hondos cuencanos a la partida
cargando
tu flaca guadaña, muy puntual y sonriente.
Tienes
harto tiempo en éste oficio -se diría que siglos-,
y
vagas por todos lados fisgoneando las triquiñuelas
de avivatos
que acumulan riquezas, honores y títulos,
para poder aparentar en éste mundo lleno de
gabelas.
Trabajas
de día, de noche y a toda hora, sin horario,
como
un vigilante eterno con uniforme permanente,
a unos los demoras, los esperas, a otros
llegas urgente,
y hasta
ves las fúnebres urnas terminar en los osarios.
Parca,
no haces ejercicio, ni vas al moderno gimnasio
a
cuidar tu físico, tu abdomen, ni una rigurosa dieta,
te conservas bien, huesuda, potente y sin
careta,
fríamente mandas los seres al horno o al cementerio.
¿Qué
tal no existieras en la tierra con tu sabia sentencia?
Este planeta estaría lleno de dinosaurios y
rinocerontes,
creyéndose
reyezuelos, dueños de la vida, prepotentes,
y
pisoteando, lo divino, lo humano, sin conciencia.
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